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El debate de la nanotecnología

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 ANNA GARCÍA HOM 

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Las nanotecnologías integran la fabricación, la manipulación y el control de materiales a escala molecular, esto es, de menos de cien nanómetros o, lo que es lo mismo, cien millonésimas partes de un milímetro. Es a esta diminuta escala donde trabajan las nanotecnologías y las nanociencias que han irrumpido en la pasada década tanto en áreas punteras de investigación como en aplicaciones comerciales de muchos sectores (electrónica, automoción, material deportivo, cosmética, etc.). De este modo, las nanotecnologías constituyen un campo de conocimiento emergente con potencial para tener un enorme impacto tanto en las economías mundiales como en la propia ciencia. A pesar del momento inicial del desarrollo de estas tecnologías, algunos bienes de consumo incorporan ya algún componente de origen nanotecnológico o bien usan el reclamo “nano” como marca publicitaria (Ipod Nano en electrónica de consumo, o TATA Nano en el sector del automóvil), lo que supone también un elemento indicador del proceso de emergencia de estas tecnologías.
En la irrupción de las nanotecnologías han convergido factores diversos: los avances científicos desde las “microtecnologías” hasta las “nanotecnologías”; la revolución digital, la necesidad de establecer mecanismos de producción industrial más competitivos, el necesario desarrollo de tecnologías de seguridad y, finalmente la necesidad de disponer de nuevos materiales en la era de la sostenibilidad. Todo ello ha supuesto que, en el periodo 1997-2005, la inversión global mundial en I+D en nanotecnología haya pasado de 432 a 4.200 millones de dólares.
Dicho esto, es posible intuir que el impacto social de las nanotecnologías estará condicionado por factores diversos, aunque principalmente por tres. En primer lugar, y en la medida en que estas tecnologías se caracterizan por su enorme potencial para generar nuevos materiales, por el hecho de introducir cambios profundos en nuestra vida cotidiana tanto en la industria en general como en la medicina, en la gestión medioambiental, en el transporte o en las comunicaciones.
En segundo lugar, por el papel de la comprensión pública de la ciencia y por la construcción social de los beneficios y de los riesgos asociados a las nanotecnologías. En este sentido, si bien las ciencias del riesgo disponen de un conjunto de conocimientos basados en datos empíricos acumulados sobre riesgos y beneficios a escalas superiores al mundo “nano”, se hace evidente que, en campos donde rigen las leyes de la física cuántica, resulta difícil, cuando no imposible, comparar riesgos y beneficios desconocidos.
Este incipiente proceso va acompañado de una gran repercusión mediática que condiciona directamente el modo como los ciudadanos perciben y aceptan estas tecnologías, fenómeno que, a su vez, dependerá, por un lado, del modo como las personas aprendan de ellas, las entiendan y las incorporen y, de otro, del modo como los responsables traten de explicar qué son y para qué sirven.
Por último, en tercer lugar, el impacto social de las nanotecnologías resulta condicionado por el proceso de comunicación de la ciencia, en el que, en cuanto al emisor, es relevante la identidad y conocimiento experto de quienes difunden el concepto (qué son las nanotecnologías y qué beneficios y riesgos llevan asociados algunas de sus aplicaciones). En relación a esto, y con el objetivo de evitar posibles interferencias que conduzcan a construcciones y percepciones de riesgos no fundamentadas, resulta también relevante atender al receptor y, en concreto, a tres aspectos clave: la opinión pública, las preocupaciones sociales y la regulación sobre aquellas.
En primer lugar, la visión de la opinión pública sobre las nanotecnologías cobra importancia en la medida en que ella puede facilitar o dificultar su inserción, su desarrollo y su gobernanza. Ejemplos del papel fundamental de la opinión pública en la inserción de tecnologías no faltan (organismos genéticamente modificados, radiación electromagnética de antenas de telefonía móvil, energía nuclear, etc.). Asimismo, comprender a las audiencias constituye un primer paso para una comunicación efectiva con ellas y así trazar nuevas líneas de diálogo y de consenso.
En segundo lugar, identificar las áreas de preocupación social y las actitudes (positivas o negativas) de la población hacia una nueva tecnología puede contribuir de una forma efectiva a la gestión y resolución de conflictos. En tercer y último lugar, en la medida en que existen muchas preguntas todavía sin respuesta en este campo sobre potenciales riesgos, se erige un gran reto en el aspecto regulatorio, que consiste en compatibilizar los potenciales beneficios de las nanotecnologías con la minimización de riesgos mediante un elevado nivel de protección de la salud, la seguridad y el medio ambiente en el ámbito del uso de nanomateriales.
Por tanto, si queremos que las tecnologías en general, y las nanotecnologías en particular, se inserten y se desarrollen de una manera consensuada en el interior del tejido social, debemos liberar su proceso de posibles trabas que conduzcan a la construcción social de riesgos inexistentes y a una percepción negativa no fundamentada sobre aquellas, a la que vez que es preciso difundir un amplio conocimiento sobre las mismas con objeto de que sea la ciudadanía la que decida sobre su utilidad con fundamento científico y desterrando mitos no justificados. Para ello, resulta imprescindible dotar a la ciencia de autonomía e independencia, a la ciudadanía de información y participación y a los procesos participativos de transparencia y capacidad de resolución. La última palabra, si la hay, será para la tecnología.

Anna Garcia Hom es Miembro del Centre de Recerca en Governança del Risc (UOC-UAB)


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